Felicidad

NUNCA había oído hablar tanto de la felicidad como ahora que no somos felices. Mientras todo iba bien, nadie decía nada porque el subconsciente asumía que lo normal era ser feliz al modo que la vida nos enseñaba a serlo: ganando dinero. Fueron años de despilfarro en los que la gente adoraba al becerro y la riqueza se convirtió en sucedáneo de la felicidad. Así nos fue.

Todo aquello condujo a la sociedad hacia el desvarío. Los periodistas éramos sociedad, pero escribíamos sobre los nuevos ricos como si realmente los criticáramos. Yo misma me puse las botas hablando de sus aficiones. Presumían de gastar, se anunciaban con gomina y corbatas de Hermés, cambiaban de coche como de camisa y dejaban propinas de mil pelas a la vista de todos. Corrían tiempos frenéticos y se identificaba el disfrute con la felicidad. No era una idea descabellada, pues en el disfrute hay un grado de excitación que sublima el ánimo y ennoblece las digestiones.

Yo también iba de vez en cuando a restaurantes de cinco tenedores para comer buenos postres y observar a los disfrutones. Hacían su entrada triunfal mientras el maître salía a su encuentro dando cabezazos: «¿donde siempre, don fulano?». Y don fulano ocupaba su mesa con la familiaridad de quien se cree el rey del mambo, dejando que el camarero, conocedor de sus gustos, se luciera sin necesidad de preguntar. El ritual iba in crescendo hasta que el fulano abandonaba el restaurante atiborrado de caldos, con la sonrisa floja y el cogote encendido. Aquel despliegue de hedonismo constituía una expresión de felicidad.

Todo hay que decirlo: los que no éramos ricos hacíamos lo que podíamos. Nos mudábamos a pisos cada vez más grandes, salíamos una noche sí y otra también y viajábamos en business con mochila porque era una forma de ofender a los nuevos ricos, que habían hecho de la ostentación el principal rasgo de su vulgaridad. Solo a ellos se les ocurría rechazar tres veces un caviar iraní o ir de caza con la raya del pantalón planchada.

Todo eso parece ya una estampa sepia. La evoco ahora porque Botín ha dicho que están entrando chorros de dinero en el país. Eso sí: del empleo, todavía ni rastro. La felicidad ya no existe. Que se lo pregunten a los que vienen detrás. A ellos les hemos robado el futuro.